De
cuando en cuando ciertas noticias (raptos, abusos sexuales) nos
recuerdan la necesidad de inculcar a nuestros hijos la necesidad de
ser precavidos ante las personas extrañas.
Esta
necesidad es más patente cuando se trata de niños muy
sociables y confiados; esos que, como suele decirse, «se van con
cualquiera».
Una
primera medida es no dejarles solos en lugares públicos, sobre todo
en sus primeros años, cuando los niños dan muestras de viveza e
independencia.
Hay
que prever la posibilidad de que el niño pueda tener que afrontar
solo algún imprevisto peligroso.
Para
ello tenemos que encontrar un punto de equilibrio que nos permita no
hacerle exageradamente desconfiado, lo que podría crearle un
carácter temeroso y alterar su sociabilidad: no
hay que hacer de nuestro hijo un
ser huraño que desconfía de todo el mundo.
Pero tampoco practicar la política del avestruz ignorando el riesgo.
Se
le puede enseñar a evitar situaciones y personas potencialmente
peligrosas sin crearle temores excesivos e innecesarios, de modo que
pueda ser sociable y espontáneo, pero al mismo tiempo cauto. No hace
falta contarle historias truculentas sobre «el hombre del saco».
No
hay razón para que no devuelva la sonrisa o el saludo a un adulto
simpático, pero hay que decirle muy claramente que no debe acompañar
a un desconocido a ningún lugar y bajo ningún pretexto, ni
aceptarle regalos o dulces, ni mucho menos acercarse a un vehículo
para hablar con alguien. Y que si alguna persona le hace una
proposición de este tipo debe correr a avisar a sus padres o, en su
ausencia, a un adulto de confianza.
Un enlace interesante por si queréis tener más información:
http://www.serpadres.es/familia/vida-en-familia/cuidado-desconocidos.html
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