Llega
un momento en la vida, cuando has pasado de largo los treinta y llevas muchos
años trabajando y cuidando de tus hijos: la misma rutina, las mismas carreras,
los bocatas a medio envolver, las mochilas desgastadas y el no saber en qué día
estás si no es por las extraescolares de tus hijos; en que, a veces, pero sólo
a veces, disfrutas de alguna vivencia especial que aunque no compartes con tu familia,
pareja y amigos, es personal, es tuya y la vives como si fuera única. Son
momentos en blanco, en los que estás contigo mismo… ¡Son momentos tan tuyos!
Llevando
este ritmo de vida, tan disparado, casi inhumano, en el que quieres llegar a
todo sin prestarte atención a ti –ritmo que llevamos a diario la gran mayoría–,
he tenido la oportunidad de conocer a una persona, una joven de esas de veintitantos,
que con su esfuerzo y dedicación ha conseguido que los problemas del día y de
la semana queden aparcados y se hagan más pequeñitos.
Con
ella no sólo hacemos ejercicio. Nos dedica tanta atención, nos motiva tanto...
La agilidad, la juventud y la alegría que desprende se contagian y nos hace
sentir muy bien. Tiene mucha paciencia y, bueno, todo sea dicho… ¡nos mete
mucha caña!
¡Gracias,
Rocío! La gran Rocío, nuestra Rocío, gracias por todos los momentos
maravillosos que me has hecho vivir durante este año. ¡Gracias, compis! Gracias
por hacer de un grupo de baile, un gran grupo; junto a vosotras no quemo sólo
calorías, me cargo de energía positiva.
¡MUCHAS
GRACIAS ZUMBONAS! ¡MIS ZUMBONAS!
Carta de un alumna de Zumba
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