Tras esta frase colgué el teléfono y comenzó toda una aventura en esta pasada víspera de Reyes. La verdad es que tendría que haberme alegrado, sin más, por saber que mi hija subía a la carroza, pero "¡qué leche!" me hacía ilusión ver por primera vez la Cabalgata desde el otro lado de la de la valla en la que le suelo esperar.
Sólo
dos días para el 5 de Enero... ¡ufff! El tiempo no sobraba y la prioridad era
solucionar el vestido de mi hija. Mi mujer, cómo no, sacó un vestido y una
elaborada capa, digna de cualquier princesa, hecha con una manta azul que
cogimos “prestada” de un avión... y “¡voilá!” Todo lo solucionó como por arte de magia,
como hacen en estos casos las mamás... y algunos papás.
No caí
en que yo también tenía que ir disfrazado hasta que unos "guasaps", cruzados con
unos papis que conozco -de dudosa reputación... ; ) -, me lo recordaron. En fin,
ahora la cosa se complicaba un poco; yo sí que no tenía nada que ponerme que
tuviera relación con Cenicienta. Para colmo, mi mujer ya había gastado su varita mágica, y ya no quedaban más mantas de aviones para mi azulada capa. Era
ya domingo, y sin solución... ¡De repente se me ocurrió una atrevida idea!
Llegó
el día y mi hija y yo nos dispusimos a vestirnos. ¡Señor, lo que me costó
ceñirme el vestido! Era de un disfraz de reina de mi madre, que ella usó hace ya unos
años, y entrar en esa talla no fue fácil. Lo peor fue pasarlo por los recién
agregados michelines que, brotando como setas de septiembre, salieron a modo de
flotadores a lo largo de mi envidiable cintura estas fiestas. Una peluca de
rizos cubrió mis canas, dándome el aspecto femenino que buscaba; un toque de
pintura en los labios y listo... ¡digo, lista! Mi intención era ser Cenicienta, pero con
cuarenta años más que la del cuento. Sin embargo, mi hija me dijó: Papá más bien te
pareces a una de las hermanastras. Así que -mi gozo en un pozo- a ir de mala.
Cuando llegamos al punto de encuentro, en la explanada del Campo de la Marina, desde donde partíamos todos, nos esperaba una preciosa carroza de verdadero cuento. El blanco y un precioso azul destacaban a lo largo de toda ella. Tirada por unos caballos esperaba con impaciencia que mayores y pequeños se subieran para pasearnos por todo "Sanse", repartiendo algo de ilusión en estos días.
Al rededor de la carroza, guapos y guapas, los
múltiples príncipes, hadas, cenicientas princesas y cenicientas criadas,
ratoncitas, calabazas y un servidor, correctamente caracterizado como hermanastra, estábamos deseando
comenzar. Por el entusiasmo, no se podía distinguir entre mayores y pequeños;
sólo la estatura nos diferenciaba.
Marcaba
el reloj las seis y cuarto. La menudencia subió al carruaje con emoción, el
conductor tomó asiento en el vehículo que, tirado por caballos de vapor,
guiaría a los de la carroza por el buen camino. El generador, traído por un
gentil papá, haría que las luces iluminaran la noche y el público pudiera ver
lo bonito de nuestra carroza. Al fin aparecieron los papis que me habían liado
con lo del disfraz (no lo tenía muy claro), se trataba de dos príncipes gemelos
de buen porte. Casi no les reconocí a causa de su perfecto afeitado, hacía días
que no se rasuraban con esa perfección. Bueno,
por fin llegó también el deseado tesoro a transportar y regalar: “los
caramelos”. Ahora sí que estábamos preparados para partir.
Las
seis y media. La primera carroza salia puntual del recinto. En su lento caminar
se abría paso entre el río de gente, como aquel barco del “pirata de
Espronceda" en los mares de Turquía. La nuestra era justo la última antes de la
de los deseados Reyes, protagonistas de la noche.
Una tras otra comenzaron su andadura ante nosotros. Luces de colores, imaginación, música, personajes de todo tipo y de todos los tamaños, pero sobre todo mucha risa. Eso me gustaba. Esta vez estaba dentro y no fuera, esta vez podría ver los ojos de la gente y no sólo sus nucas.
Al fin llegó nuestro turno. Los papis y mamis,
agarrados a las barandillas laterales de la carroza, caminábamos como
guardaespaldas de esos personajes subidos en la verdadera carroza de Cenicienta.
Ellos comenzaron temprano a echar caramelos, demasiado temprano y demasiado
abundantes. Así pasó, y así nos llegó la escasez en unos pocos cientos de metros. Menos mal que a lo largo del recorrido unos “ayudantes de los Reyes” reponían
el "néctar" lanzado.
Decenas de sonrisas se iban sumando en cientos, metro a metro recorrido, que gritaban frases bonitas con el único ruego de unos sencillos caramelos. Las caras felices de la gente, iluminadas por los focos de la carroza, se elevaban junto con sus brazos en dirección a los personajes de las carrozas, solicitando el preciado azúcar. Las manos abiertas, de niños y mayores, asomaban a través de las mangas de los abrigos, intentando capturar en el aire los voladores caramelos. Los abuelos... ¡Uy los abuelos, qué peligro tienen! Los abuelos arriesgan hasta lo increíble para llevar a sus nietos puñados de dulce afecto.
Los papis y
mamis pasábamos algo más desapercibidos por estar a ras de suelo, pero al ver,
los más próximos, que también lanzábamos caramelos, sus miradas se dividían. La
verdad es que me dio tiempo a disfrutar de los rostros de la gente, ver como la
atención se la llevaba la elevada carroza. De cuando en cuando oía un “¡Guapa!”
que me arrancaba una carcajada, junto con los colores.
Niños protegidos por sus padres, parejas, grupos,
amigos, familias, mayores con pequeños, pequeños con mayores, en la calle y
desde sus casas, en terrazas, agarrados a las farolas, subidos a las fuentes,
sobre capós de coches... "Sanse" me pareció un lugar con más gente que nunca, con más
ilusión que nunca.
Llegó la calle Real, y con ella el final. La
multitud dejaba de serlo y nos tocaba abandonar el carruaje. Ahora los caballos
sí que eran de cartón. Después de ser príncipes, princesas, hadas,
calabazas... todos nos volvimos a encontrar. Nos dispusimos a contar todo lo que
habíamos visto y oído; los niños a los padres, los padres a los niños.
Bueno,
espero que esta crónica sirva para intuir como fue mi primera experiencia. Me
despido de los sufridores de esta lectura que aunque no sois conscientes (¡y
menos mal!) de lo que he tenido que recortar sois más sabios por aguantar. Jajaja... En serio, no sabía como parar.
Sólo añado
un Hasta luego, con la manita en alto, y un agradecimiento a todos los que han
hecho posible todo esto.
¡Chao!
¡Chao!
Por cierto, ahora entiendo un poco lo que se
siente en un sambódromo... ¡Brasil, allá voy este añoooo! A ver quien me quiere
acompañar... ; )
Erec un crack, ha sido un placer leer tu narracion y un placer haber compartido contigo este año esa noche de reyes. Cuándo llege al recinto ferial y te vi. Me queria morir de la risa, estabas genial, pero si es verdad y seamos realistas, que a Cenicienta no te parecias para nada y como bien dicen las niñas, te parecias a las hermanastras. Eso si mucho más guapa que ellas. Gracias por contarnos tu experiencia.
ResponderEliminarEres el mejor. Desde luego que no lo podías haber descrito mejor y más bonito. Estoy de acuerdo contigo, gracias a l@s que han hecho posible esta experiencia tan bonita para todos.
ResponderEliminarUn abrazo.
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ResponderEliminarAdemás de pasármelo fenomenal, creía morirme de la risa al ver tus rizos al viento y ese ceñido vestido que te sentaba como un guante, jaja. También observé, que no le quitabas ojo de encima a los guapísimos príncipes que llevas a tu lado "pillin". La verdad es que se notaba que estabas feliz y eso es lo importante. Gracias por tu compañía y la de todos los componente. Un abrazo .
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